EL ENVEJECIMIENTO ACTIVO
- Ricardo Caroprese
- 16 dic 2020
- 2 Min. de lectura
“Todo triunfo primero se ha logrado en la mente”
La pandemia ha afectado las condiciones de vida de toda la sociedad. A medida que se fueron determinando normativas de protección y prevención, también se ha generado angustia y depresión.
El virus impalpable y peligroso ha coartado los dos pilares básicos del desarrollo individual, la autonomía personal y la reciprocidad social, conllevando sentimientos de inseguridad y soledad.
Estos estados emocionales afectan en particular a las personas en edades avanzadas.
El envejecimiento activo es considerado una conquista social lograda entre finales del siglo XX y comienzos del actual y está basado en la optimización del modelo de vida que se ha tornado muy diferente al que se tenía a mediados del siglo anterior. En ese entonces existían los denominados “tres inmovilismos” de la llamada tercera edad, el físico, por inactividad, abandono personal y quietud; el mental, por indiferencia, apatía y desinterés en el porvenir; y el social, por incomunicación, encierro y soledad. El mundo cercenaba a los individuos de cierta edad porque contaban con un modelo de vida que tenía sólo pasado y presente.
Partícipes de la nueva generación, con tecnología mediante y extensión de las proyecciones de vida, el modelo de envejecimiento ha adicionado también el futuro. Hoy ya existe la cuarta edad adicionada a la anterior porque desde la edad jubilatoria podrían existir tantos años por delante como casi los trabajados en la época previa. Contar 20 o 25 años más de vida probable ha permitido extender condiciones de vida y de proyectos.

La época pandémica afecta intensamente el proceso cognitivo reemplazando probabilidad de futuro por incertidumbre, angustia y miedo. La herramienta para esta actualidad es la adaptación al cambio, proceso que permitió el desarrollo de toda especie en este planeta. Mirar la adaptación como un argumento protector de la salud nos permite incorporar la noción de que “todo tiempo pasado no fue mejor sino distinto”.
Desarrollar la capacidad cognitiva alimenta la subsistencia y proyecta a un devenir seguro y provechoso. Es importante generar actitudes de predisposición activa, en oposición a acciones pasivas o negativas, cultivar aptitudes de progreso mental y satisfacción personal que logren evitar identificar la vejez con enfermedad, jubilación con abandono. Si bien avanzar en edad puede implicar una disminución del mundo exterior por ir perdiéndose contactos o vida de relaciones públicas laborales, se debe ir generando un mundo interior que permita otorgarle al tiempo una dimensión diferente.
Las neurociencias reconocen que el cerebro se desarrolla continuamente. Alimentar el proceso cognitivo de manera individual o con ayuda profesional permite engrandecerse ante el futuro. Aprovechar los tiempos presentes de aislamiento cultivando el autocuidado y la autoestima genera confianza y establece estados de perspectiva.
Ejecutar actividad física mediante rutinas evita la distensión muscular. Organizar la vida diaria y generar proyectos impide depresión y angustia. Implementar la dinámica cerebral mediante lecturas, hobbies, política, religión, o todo lo que gratifique, genera las “hormonas de la felicidad” (dopamina, oxitocina, endorfina y serotonina).
Imaginar el futuro que deseamos, una vez pasados los tiempos necesarios de aislamiento físico, permite obtener salud emocional.
La certeza de conocerse implica calidad de vida y bienestar físico y emocional.
Ante la imposibilidad de controlar el mundo externo, hacerse responsable del propio universo interior es el desafío personal que nos propone la pandemia.
RC Oct´20








Comentarios