La discriminación en la edad de las canas
- Ricardo Caroprese

- 6 may 2020
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 7 may 2020

¿Alguna vez nos preguntamos quién determina o cuál es la razón en establecer límites precisos de edad al requerir un trabajo, una beca o alguna actividad determinada?
Es habitual encontrar frases como “jóvenes hasta 30 años”, “personas hasta 45 años” “60 años el inicio de la tercera edad” (y similares para la cuarta edad). ¿Por qué no utilizar los 52 ó los 64 o, para dejar de ser joven, los 26? No obstante, en los tiempos que corren, las edades y los límites etarios tienden más a ser motivos de estadísticas que a convertirse en necesidades puntuales. En nuestro país ciertas universidades no permiten la postulación a concursos académicos cuando ya se han cumplido, o se cumplen durante la vigencia contractual, los famosos 65 años. No se evalúan, ni los antecedentes ni la experiencia para el cargo, se elimina directamente a la persona.
La definición de vejez en el diccionario de la Real Academia Española la expresa como “edad senil, edad de la senectud”. ¿Cuál es esa edad? ¿Es acaso la que enuncia estilos de vida o de madurez? En este punto vale recordar un chiste que en una época circulaba por ámbitos universitarios:
“Un médico que paseaba por un parque vio a una tierna viejecita sentada en un banco fumando plácidamente un cigarrillo y se le acercó para aconsejarla respecto a su inconveniencia, apuntándole:
- Señora no pude evitar acercarme para decirle que no es muy conveniente que esté fumando, sin embargo yo la veo muy feliz y saludable ¿Cuál es su secreto?
Ella le respondió:
- Sólo fumo diez cigarrillos por día nada más. Aunque también tomo una botella completa de whisky por semana y ceno, casi siempre, comida chatarra. Los fines de semana tengo sexo intenso, pero sin embargo no hago nada de ejercicio físico.
El doctor le contestó:
- Eso es extraordinario, pero… ¿cuántos años tiene?
- 35 - le respondió ella…”
¿Cuándo se es antiguo? ¿Cuándo se entra en la famosa edad avanzada? ¿No será tal vez, que la juventud o la ancianidad debieran definirse sin considerar antigüedad etaria sino encarando valoración psíquica y mental, salud y nivel de actividad?
Actualmente, y de manera mundial, la expectativa de vida crece por sobre las tasas de natalidad. Simultáneamente, la edad activa se prolonga proporcionalmente a esas variables. La medicina y la tecnología han permitido que personas que, hace unos cincuenta años caían en período de decadencia, se encuentren hoy capacitadas para ejercer actividades en competencia con individuos de edades menores.
Según las estimaciones poblacionales de las Naciones Unidas (UN 2017), a nivel mundial, “los habitantes mayores de 59 años, pasarán de constituir un 8% de la población de 1950 a un 21,3% 100 años después”. Y “América Latina habrá pasado de tener una población de mayores que en 1950 representaba al 5,7% de la población total a una que comprende al 25,4%”. ¡Estamos hablando de un cuarto de la población!.
Mientras tanto, Europa será en ese entonces, el continente que contenga la mayor cantidad de personas mayores en el mundo.
A medida que en algunos reductos intelectuales se impulsa, y hasta exige, que se priorice a la generación joven "porque son el recambio generacional y el futuro de la humanidad", se olvida que en proporción similar, la generación mayor de 50 años es la que tiene la experiencia y criterios para conducir el timón que lleve a buen puerto a la energía implícita en la primera. Y sin embargo, se discrimina por edades, y muchos quedan fuera sólo por pasar el límite de algún umbral que, por encima, es considerado obsoleto.
En la mayor parte de los trabajos se instauran límites de edad sin prestar atención al verdadero significado de las consecuencias, tanto para los individuos como para las empresas que los establecen. Se manifiesta un encasillamiento de las personas en base a la edad cronológica y se clasifican estrictamente esas selecciones cuando es el estilo de vida, las habilidades y la instrucción experta lo que debiera ser determinante para la elección, independientemente de la edad de la que se trate.
La ONU define a la persona mayor a partir de los sesenta años. Algunos ambientes científicos lo promedian en los cincuenta… En verdad, son las historias de cada existencia y la salud quienes establecen esos límites. Tal vez deberían circunscribirse a especificarlo considerando otras variables, por ejemplo, personas con cardiología aceptable, con una mente sana o con voluntad de ejercer. O también, y mejor aún, con condiciones psíquicas y físicas activas.
Cuando se habla de discriminación, no solamente se debiera defender a la raza, al color, al origen o a la sociedad de la que se trate. La edad hoy está sometida también a exclusión.
Las estadísticas muestran que la población de personas mayores en la Argentina es de casi 7 millones, cubriendo un porcentaje aproximado del 15% de la población total.
Sin embargo, no todos los individuos tienen las mismas oportunidades de envejecer. Mucho depende también de la zona en la que viven o hasta de los barrios de determinadas ciudades.
Para dar mayor sensibilidad a las cifras citadas más arriba, podemos indicar que en 1950 la población de la Argentina que superaba los 60 años era alrededor de 1.200.000 personas, valores que para el año 2050 se estiman que estarán cerca de los 13 millones. En ese año, y de acuerdo a los índices de natalidad y proyección estadística, cubrirán aproximadamente el 24% del total de los habitantes del país. Por supuesto que existe una heterogeneidad en el ritmo en que se envejece y no es el mismo en la ciudad de Buenos Aires que en otras localidades. Tampoco lo es en el interior del país, en zonas campestres o pobladas. Nuestra capital es, en verdad, la más envejecida pero no la que tiene mayor inactividad en sus edades.
El proyecto Observatorio de la Deuda Social Argentina con las Personas Mayores (ODSA-UCA, iniciado en el 2014), ha destacado “la importancia y trascendencia social que tiene asumir el compromiso estratégico de dar visibilidad, instalar en agenda y desarrollar acciones que atiendan la compleja situación de precariedad, indefensión y vulnerabilidad, tanto económica como simbólica, que atraviesan las personas de edad avanzada en nuestra sociedad”.
Así se pretende encarar el tema de la edad, ya no como un límite discriminatorio sino como un tema de derechos, apareciendo la nominación de “Deudas Sociales” de una manera más habitual. A pesar de todo, aún en el mundo la segregación por edad es la más extendida de todas. Muchas veces la calificación popular establece expresiones crueles del tipo “… la edad lo está afectando… “ , como si quienes lo afirmaran no estuvieran en el mismo camino que han iniciado en el justo momento del nacimiento. Todos en ese mismo instante comenzamos a envejecer. Vivimos en un mundo donde cumplir años, a partir de cierta edad, no se publicita como un motivo de orgullo sino más bien de decadencia. La idea es no solamente cambiar las reglas del juego sino el mismo juego. Todos debiéramos inducir, tanto a nivel social como corporativo, que hay que modificar los estereotipos. Ellos marginan. Lamentablemente la gente se acostumbra y arma paradigmas difíciles de romper. Sin embargo, existe la posibilidad de cambiar la mirada. Ya no es necesariamente factible que - a determinada edad- no se pueda aprender. Existen demasiados ejemplos de emprendedores que se inician después de edades marginadas y llegan a éxitos envidiables por quienes, aún jóvenes, no saben ni siquiera cómo comenzar.
Repensemos los estereotipos, los chistes, las publicidades que discriminan. Cambiemos los criterios. El capital social que más está creciendo es el de +60. Proporcionalmente se incrementa el consumo de esa categoría. Conocer a la gente es aprovecharlo. Empatizar con ellos es obtener ventajas competitivas y sociales. Evaluar sus características y necesidades es fundamental para obtener beneficios puntuales y también para otorgarles la importancia y consideración que se merecen después de varios años acumulados. Las particularidades de compras de ese grupo social se las define internacionalmente con el mote de “Silver Economy”. La industria de la longevidad genera el 40% del consumo mundial.
Los límites que se fijan en determinados valores de edad estigmatizan a las personas y conducen a la pérdida de una fuerza económica y social muy importante.
Tal lo manifestara el periodista y economista Sebastián Campanario, en su libro La revolución senior. El auge de la generación +45, de Editorial Sudamericana, “nos encontramos transitando todavía los primeros escalones hacia una adecuada y productiva inserción en la sociedad de la población que supera aquel límite y que aún tiene mucho por aportar a los procesos creativos y productivos”. Tanto es así, que podemos proyectarnos a una vida de muchos años después de cumplidos los sesenta “en una muy buena condición física y cognitiva". Los niños que hoy se encuentran en los jardines infantiles se proyectan a cumplir sus 100 años con un nivel de salud corporal y psíquica que deslumbrará a la historia del mundo. Pero hoy debemos aprender a contenerlos respetando a la habilidad de los mayores para que puedan aprender a hacer empatía con la percepción misma de su futuro Yo, con aquél que serán. Porque en el 2050 la cantidad de niños y adolescentes será menor que la de quienes cumplan más de cincuenta años. Si dejamos de mirar como generación activa y productiva a las que son menores de esa edad, elevaríamos su promedio aprovechable que hoy sólo se mide en el 50% de la población mundial. Entre los 20 y 30 años de edad, la mirada hacia los 60 prácticamente no existe, o es muy lejana e improbable de pensar. Sin embargo, a esas edades nos discriminamos a nosotros mismos y a nuestro futuro si no lo contemplamos con la ternura y experiencia que permita imaginar cómo querríamos festejar nuestros 85 años. De lo contrario se rechaza el devenir.
Es importante vencer las fronteras que la discriminación construye por no ser tenido en cuenta, por generar soledades no elegidas, las que fueron definidas por la OMS como riesgosas epidemias. Hoy debemos continuar pensando en generar alternativas para las diferentes situaciones de vida que nos tocan, superar estados críticos en las edades discriminadas o prepararse para llegar a ellas con un perfecto estado de salud física y psíquica.
La pandemia aceleró los tiempos. Multiplicó el uso de la tecnología que ya existía.
Hoy la telemedicina y la telepsicología se encuentran a disposición de ser aprovechadas.
Los procesos de atención online desde cualquier distancia están ya disponibles...








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